Los más jóvenes creen que la igualdad
de oportunidades siempre ha estado ahí, pero no es así.
«Nosotros salimos de la nada y tuvimos que luchar contra todo
para conseguir apenas un poco». Es lo que dice ahora Ángel
Duque, desde la perspectiva de sus ochenta y tres años.
Las gentes de su generación no lo tuvieron
fácil, en efecto. En aquel tiempo todo era distinto. Y, además,
las escasas prebendas estaban tuteladas por la dictadura, nada dada
a proteger a los más necesitados y mucho menos a los perdedores
de aquella guerra fratricida. Y Ángel y su familia se encontraron
en ese grupo por los azares de la vida y la coherencia de su pensamiento.
Por eso luego tuvo que vencer innumerables obstáculos.
De todo ello nos habla en este libro, que mezcla apuntes
de su vida con los logros de sus tiempos de alcalde. Y aunque solo
cite alguna situación dramática, con dolor y rabia
contenidos, al lector no le resultará difícil imaginar
la dureza de ciertos pasajes, como los de la muerte de familiares
por odio (su tío Ángel fue ejecutado y enterrado en
la fosa común del cementerio de Ciriego), o por los indeseables
resultados de las carencias alimentarias que sufrieron durante la
infancia (su hermana Teresa, cuando aún no sabía andar,
se acercaba a gatas al comedero de las gallinas de la vecina para
alcanzar con su manita y comer picaduras de berza cocida y mezclada
con harina de maíz). También podrá el lector
cerrar los ojos y evocar a aquel joven que quería superar
todas esas adversidades, estudiando de noche, pasando frío
y calamidades, para obtener los títulos académicos
que le pudieran desbrozar más tarde los caminos de la vida,
aunque debiera pagarlos con el dinero que obtenía mientras
trabajaba, ya desde la infancia de sus catorce años.
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