Aunque es un libro de memorias, Joaquín Leguina
no desgrana en sus páginas remembranzas de su fecunda trayectoria
política, sino que efectúa un ejercicio literario
para recuperar la infancia y reencontrarse con una etapa en la que
aún el mundo no era un lugar inhóspito.
El resultado es un viaje sentimental por la niñez,
la adolescencia y la juventud para recobrar «la banda sonora
de la memoria» y el entorno familiar en el que desarrolló
«eso que llaman el carácter, que, según dicen,
una vez conformado ya no cambia».
En la forja de su carácter tuvo gran importancia
la pérdida de la madre a una edad demasiado temprana para
ella y para el niño que Joaquín era entonces, lo que
le lleva a confesar que no fue un niño feliz porque, aunque
nunca le faltó el calor de la familia ni la mirada atenta
de los mayores más cercanos, aquel brutal mazazo torció
su vida. «Por eso difícilmente puede decirse de mí
que fui un hijo único y mimado; al contrario, creo que desde
mi infancia he sentido que un golpe de fortuna te puede convertir
de por vida en un perro apaleado».
Nancy Huston dice que «a cualquier recuerdo
hay que hacerle una visita de vez en cuando. Hay que alimentarlo,
sacarlo a pasear, mostrarlo, hablar con él
sin eso,
el recuerdo se pierde». La que realiza el autor a sus recuerdos
cautiva por su estilo directo, sincero y valiente, y por su tono
de contenida melancolía.
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