Este libro toca todos los palos de San Agustín,
al futbolista Zigic; de la fe, a la erótica de las gafas;
de la cultura económica, a la duda de si se liga o no en
las bibliotecas... y se hace preguntas profundas ¿cuándo
llegará la revolución social? y ligeras ¿qué
hay debajo de las faldas?. Y lo hace de manera distendida,
con estilo llano y directo, porque su autor no se considera un intelectual,
sino un ser apasionado por la Literatura a cuyo ejercicio se dedica
en cuerpo y alma, pero sin resignarse a perder esas pequeñas
cosas de la vida que tanto contribuyen a la felicidad.
«¿Intelectual? se pregunta.
Nada de eso; a mí me gusta pisar todos los charcos, perder
el tiempo, pasar el rato... Charlar con los amigos y conocer a alguno
nuevo. Dar vueltas por la playa, jugar al fútbol con el niño,
ver partidos de baloncesto. Tirar piedras a la orilla de un río.
Hablar por teléfono, decir chorradas intrascendentes, olvidarme
de las fechas señaladas.
Cocinar pizzas caseras, comer con los dedos,
aprenderme los diálogos de los Hermanos Marx. Leer a Boris
Vian y a Roland Topor, llamar a los timbres, andar en bicicleta.
Cantar canciones malas de Siniestro Total,
jugar a la pleisteision, caminar sobre el alambre (bueno,
mi hijo y yo lo hacemos más bien sobre los bordillos de las
aceras, pero le llamamos «el alambre»).
Si para ser escritor tengo que olvidar alguna de estas cosas
no sé, no sé».
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