Cuarenta y dos cartas de una crítica gastronómica
enviadas a su amante, una joven cocinera. Pretenden poner algo de
sentido común en el mundo de la «alta cocina»,
que de tanto utilizar el nitrógeno puede írsenos de
la mano como un globo de feria. Escritas con tono comedido, cada
reflexión da mucho que pensar. Son auténticas sentencias.
Tienen la ligereza de un goteo, pero también la perseverancia
y la fuerza constante del agua. Son juicios que van calando en el
lector, quien, al final del libro, tiene la sensación de
que puede salir estrellado de más de un lugar de esos que
tienen muchas estrellas, si es que se decide a entrar en él.
En ese sentido puede considerarse como una guía
para que los comensales aprendan a discernir entre la verdadera
cocina y la que se basa en trampantojos.
|